De altas ceremonias con lo inesperado

© Fernando Maldonado: "Juguetes" 

Por Mauricio Contreras Hernández

Veo un cuadro en el que un niño levanta la piel del mar como quien busca un juguete extraviado en los intrincados laberintos que se despliegan tras las puertas del armario o bajo la cama desde donde vigila y ordena el mundo que se ve grande y confuso. Allí, en ese acto máximo de ingenuidad se revela el misterio de lo simple. La pregunta que no tiene respuesta desde la razón elaborada, sólo desde la mirada más limpia que es capaz de acariciar la realidad desnudando los arcanos como quien pela una naranja.
Veo un niño que come un helado mientras intenta llenar un pequeño agujero en la playa con la inmensidad de la mar medida en el cuenco de sus manos, ajeno a las miradas que desde siempre no cesan de preguntarse por la inutilidad de su desparpajo. Allí, la respuesta más simple ante lo inaprensible del misterio revelado. No es el resultado de la tarea imposible, es la constatación de una antigua alianza.
Veo los cuadros del pintor Maldonado en los que la luz es consagración de lo misterioso no formulado como arquitectura de lo pétreo, en un entendimiento con lo inesperado, con la sencillez de lo previsible real en el tumulto fugaz labrado por el relámpago de la extrañeza.
Esa condición del vínculo más elemental con el mundo: el extrañamiento, que restituye aguas de infancia, que devela el vacío de formas tenues, que anega con la levedad tanto umbral de pesantez, que desenrolla senderos como manos plenas de símbolos por los que transitan, entre lavaderos de sombras, mujeres que guardan las llaves de la noche, hombres que entronizan el secreto comercio de los signos y las cosechas.
¿Acaso algo más misterioso que la anunciación de lo inefable en el erial del verbo divino hecho carne? ¿O la transmutación de los saberes más ignotos en celebración de peces y plantas con raíces remontando el olvido de orígenes? ¿Y los cuerpos que congregan en su atávico ademán la magia de las tormentas cuando el cielo avienta su simiente sobre las hijas de la tierra?
Así, Maldonado, con la serenidad del chamán, con la sabiduría inacabada del poeta, con la desnudez de un beso, amasa su pan de luz en la creciente mudez que permanece como el deseo.