Artista de la condición humana

© Fernando Maldonado: "La Terraza"

Por José Chalarca

Fernando Maldonado es un artista. Esto es preciso decirlo y subrayarlo porque en los tiempos que transcurren se dan silvestres los pintores que no pintan, que solamente saben manipular una cámara de video o poner en fila unas ranas disecadas o proyectar un filme pornográfico lo que les otorga el carácter de abanderados, de tambor mayor en la gran parada del arte contemporáneo, de maestros consagrados por los salones que, con el dinero de los contribuyentes, convoca el establecimiento.

Maldonado sabe y asume que la pintura es una disciplina y un arte que como lo primero exige el conocimiento y dominio del oficio y como lo segundo involucra dibujo, color, luz, composición, intencionalidad y sentimiento, es decir, corazón.

Y es un pintor riguroso cuando se entrega a su labor; él mismo monta las telas en el bastidor sin arredrarse ante la difícil faena de templarlas. Conoce a fondo la naturaleza del color lo que le permite una paleta envidiable.
El maestro Maldonado no hace concesiones y actúa siempre con la convicción de que la investigación y la búsqueda en el arte de pintar hay que hacerlas desde la pintura misma y con sus elementos esenciales. Por eso ha hecho a un lado el camino fácil de los primeros planos para adentrarse en los abruptos pero fértiles terrenos de la perspectiva.
A Maldonado no lo asustan los formatos y con la misma maestría se enfrenta, y consigue maravillosas realizaciones tanto en un cuadro de grandes dimensiones como en una miniatura. Tampoco los temas. Ante el malentendido de que lo erótico está en el cuerpo desnudo o en la cópula, propone la intención y la mirada del observador y por esta vía llega a lo que realmente es.
Nada es tan difícil de abordar como el humor, especialmente en la pintura. Aquí también Maldonado opera el prodigio. En su más reciente serie toma por cuenta suya uno de los postulados de mayor difusión en el mal llamado arte abstracto: su valor como elemento decorativo. Entonces con gran audacia dispone los Malevich como cubierta de los apoyacabezas en el espaldar de las sillas de un vehículo de transporte masivo, los Klee como motivo de una toalla, los Miró en tapetes pie de cama.
Con ello le está diciendo también a los pintores furiosamente vanguardistas, que muestran cualquier cosa apuntalados en la seudo filosofía del último “ismo”, que toda pintura –es más- toda obra de creación artística es una abstracción, que el Pollock más disparatado es una figura: la polaroid del accidente con unos tarros de pintura, encerrada en un marco.
La obra de Maldonado nos muestra que sabe dónde está parado y tiene conocimiento pleno de lo que ocurre en su alrededor inmediato y en el resto del mundo, una visión amplia y abarcadora de la cultura que lo lleva a actuar sobre la comprensión de que las expresiones artísticas no son compartimientos estancos, que interactúan porque todas a una y desde la peculiaridad de sus lenguajes, están ahí comprometidas en la misión de mantener a salvo la condición humana.
No improvisa ni se embarca en aventuras inútiles. Avanza con la mirada puesta en lo que quiere decir con su obra, sordo al canto de las sirenas que le ofrecen las mieles de la riqueza si pliega y dispone su maestría a pintar lo que aclama la moda, lo que se vende.
Maldonado es un pintor auténtico, íntegro, honesto que ha conquistado su título de maestro a fuerza de trabajo constante de investigación y estudio concienzudos, que no se dice a sí mismo ni a los demás ninguna mentira. Como testimonio de todo esto presenta una obra estructurada, seria, alejada por completo del voto amañado de la crítica de oficio fabricante de pintores que más tarde fungen como jurados de los premios cuya entrega garantiza la continuidad de la farsa y la proyección universal del engaño.